Ayer, día de San Andrés, la Sant Andreu Jazz Band (que lleva su nombre no por el santo directamente sino por el famoso barrio barcelonés donde nació y ensaya la formación que lleva el mismo nombre) actuaba en el Palau de la Música Catalana.
Con diez minutos de retraso las luces del Palau se apagaron y empezaron a desfilar por el escenario 20 niños, el mayor de ellos tiene apenas 16 años, y se situaron en sus respectivas sillas en posición clásica de orquestra de jazz. Y junto a ellos apareció el alma del conjunto, Joan Chamorro. Un músico, ayer mismo por la tarde lo comentaba con Carme, que quizá no sea uno de los mejores y que sin duda tenía poca notoriedad hace un par o tres de años pero que sin duda sabe cómo manejar a un grupo de pequeños genios de la música. El mérito en gran parte es suyo. El mérito de haber juntado un grupo de muy diferentes edades que se movían como una panda de amigos, que se arreglaban con la naturalidad de quién ha pisado ya muchos escenarios los micrófonos unos a otros durante los solos, las sillas, las partituras.
Admito que a todos ellos les queda un largo trecho para ser músicos profesionales, detalles de calidad, o para que la aventajada alumna Andrea Mottis sea comparable a los grandes del jazz tal como suelen compararla. Pero tienen madera. Madera y actitud. A la que sonaron las primeras notas consiguieron que me olvidara de su edad casi hasta el final del concierto.
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Me acordé mucho de ti Marta cuando una niña de diez años interpretó notablemente un tema de Ella Fitzgerald, que ella misma le propuso al director de la banda “porque la vio en youtube”. O como la niña de 6 años que se pasó la mayor parte del concierto sin tocar porque “solo se sabía algunas melodías” pero que arrancó el más cálido y cariñoso, a la vez que sorprendido, aplauso del público cuando compartió ser solista con Gordon y Davis. Viéndola allí, no midiendo mucho más que la trompeta que sostenía, entre aquellos dos gigantes (metafórica y literalmente hablando) del jazz alguien del público le gritó un “ánimo, que tu puedes con ellos” ante la sonrisa, quizá condescendiente, de todos los presentes. Sonrisa de la que se nos esfumó la condescendencia de la cara en cuanto la oímos tocar. Y tan mona ella, cuando acabó la pieza simplemente se volvió para su sitio al fondo de la formación, sin tan siquiera esperarse a saludar ante la atónita mirada de sus compañeros de solo.
Veinte niños. Veinte entusiastas del jazz que pese a su corta edad pusieron en pie en su primera actuación en solitario en el Palau a todo un público, a su director y a cuatro grandes músicos que acabaron rendidos antes su entusiasmo, talento, humildad y gracia infantil con la que nos enamoraron a todos.
Leía esta mañana en una crónica que Chamorro, con mucha vista, convenció a los artistas invitados mandándoles un link con un vídeo de una actuación de la banda en directo con un simple mensaje que decía: Si con esto no os puedo convencer, no tengo más argumentos. Vinieron. Por algo sería.
Quizá no son todavía los grandes entre los grandes músicos del jazz como algunos periodistas les catalogan, pero viéndoles queda claro que miente quién dice que el jazz no tiene futuro o no puede captar a nuevos adeptos. Quizá solo algunos, o ninguno, se dedicará profesionalmente a la música. Pero de momento eso que se llevan, y mientras tanto, nosotros a disfrutar.
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