¿Cómo hablar de un funeral? Un funeral es una cosa triste, casi por definición. Triste y emotiva. Y el de Carles no fue ninguna excepción.
Los primeros encuentros fueron tranquilos, pausados, con cierto ambiente de paz. Pero a medida que pasan las horas en un tanatorio la cosa se pone triste y tensa. Sobretodo tensa. Nadie quiere estar allí, pero todos sienten que deben estarlo. Nadie quiere hablar del tema, pero todos sienten que deben hablar de ello, que está fuera de lugar hablar de otra cosa. Todos quieren confortar a los que solo el difunto podría consolar, y no saben ni cómo hacerlo: porque en realidad no hay manera y cualquier cosa que digas no servirá absolutamente de nada.
Y la celebración, sea civil o sea religiosa, siempre contiene elementos de palabras emotivas y elogiosas, evocaciones a momentos fantásticos y lejanos que vivimos. Expresamos el dolor con palabras que aunque fueran dignas de un Nobel de Literatura o un Premio Pulitzer se nos antojan huecas e incapaces de llenar nuestro vacío ni de expresar las intensas emociones que vivimos. Y saltan las lágrimas. Y se suceden los parlamentos que sin decir nada parecido no dejan de decir lo mismo una y otra vez. Y nos hace daño, porque en el fondo solo nos duele que él o ella se han ido y solamente eso importa.
Y si es, como en este caso, que se te lo han llevado es peor. Que te lo han matado (Os haría un resumen rápido de cómo fue, pero todo lo relativo al accidente sigue bajo secreto de sumario). Sientes dolor, tristeza, pero sobretodo una rabia infinita porque sientes que es injusto, que no le tocaba, que no era su hora. Que no es natural.
Pero a la Dama de la Parca poco le importa lo que pensemos o deseemos o creamos. O quizá sí, le importa y le importa mucho, pero cumple con su deber con metódica precisión. Quién sabe, quizá cuando me muera se lo pueda preguntar mientras echamos una partida de mus con Caronte y Cerbero.
Luego viene la parte más dolorosa. Dejarle en el cementerio. En nuestro caso acompañados de un chelo y una flauta interpretando “El Cant dels Ocells”. Mientras caía una fina lluvia y un pobre enterrador cumplía rápida y profesionalmente, con eficacia y con lo que me pareció la incomodidad de quién no comparte el dolor ni el sufrimiento y bendito lo que le importa lo que sientan los afectados y que solo cumple con su deber esperando el momento de poder largarse. Mientras, el resto llorábamos contenidamente. Los que podíamos.
Así ha sido el funeral. Así ha sido todo. Y en ello meditaba mientras volvíamos en el coche. Callados. Con música de piano de fondo de un CD que era de todo menos alegre. Y pensaba que esto no es lo que quiero. El día que la Dama tenga a bien de venir a buscarme, y por mí como si se pierde y llega bastante más tarde de lo esperado, no es así como quiero largarme. No es así como quiero que me despidan. Y así he empezado una carta que quiero compartir con vosotros, por si cuando me llegue el momento a alguno hasta le sabe mal que me haya ido.
Queridos amigos.
Si me muero, cuando me muera, no lloréis. Y si lloráis, no derraméis más que las lágrimas imprescindibles. Y hacedlo con una sonrisa en los labios mientras recordáis alguna tontería que dije o hice. Y sobretodo hacedlo por vosotros, no por mí. Si me muero, cuando me muera, poco me importará ya que alguien llore por mí. Así que hacedlo si ello os hace sentir bien, pero no os molestéis en cumplir.
Si me muero, cuando me muera, no me llevéis al tanatorio. Donad lo que pueda aprovecharse de segunda mano a quién lo necesite y el resto del cuerpo donadlo a la ciencia; aunque sea para que unos estudiantes de medicina puedan jugar con mi brazo a fingir que hay un muerto viviente. Por bonitos que puedan ser los mausoleos o estatuas mortuorias, nos os dejéis el dinero en ello: usadlo para ayudar a alguien que lo necesite de verdad. Y si necesitáis un rinconcito en el que recordarme tomad una foto mía o una harmónica e idos a una playa al atardecer, como hago cuando quiero estar solo y pensar.
Si me muero, cuando me muera, no compréis ataúd, flores, tarjetas ni detalles. Una simple rosa hará las veces de toda parafernalia. Y no hagáis una gran ceremonia. Juntaos un día si os apetece pero no os hagáis daño innecesario repitiendo una y otra vez cosas tristes. El único epitafio que me haría feliz ese día, y se lo robo como lema a un gran amigo, es que se pueda decir: aquí queda uno que paso por la vida intentado hacer el bien (y ni tan siquiera eso estoy seguro de poder cumplir). Para aquellos creyentes como yo: un simple Padrenuestro contiene todo lo que hay que decir, el resto de la palabrería eclesiástica lo siento pero me molesta. Especialmente en esos momentos.
Solamente os pido una cosa, si llegado el día en alguna medida os importo.
Cuando me muera, si es que me muero, id a un pub. Pedid una cerveza (o lo que os apetezca) y pedid que os pongan la canción “Land of Hope and Dreams” de mi querido Springsteen. Y con una sonrisa brindad conmigo y despedíos y seguid adelante con vuestra vida, porque que seáis felices es lo único que contará y me hará feliz.
Un abrazo, Marc.
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