domingo, 25 de septiembre de 2011

Madrid II

Pues recién acabo el curso me pasé por el hotel… Anda, claro, que no había dicho nada del hotel. Acostumbrado a pocos regalos de este tipo imaginaos el estado de shock en  que quedé sumido al ver que mi habitación disponía de una salita de entrada, armario en el pasillo, habitación con cama de matrimonio y televisor enorme en la pared, minibar (que por si acaso dejé intacto, que a lo mejor la universidad ahí ya no tragaba…), salita con sofà + mesa de trabajo + televisor idéntico al de la habitación, balcón con mueblería y un cuarto de baño que rivalizaba en tamaño con la habitación de la cama. Impresionante. Tengo que agradecer tamaña comodidades el lunes cuando llegue al trabajo.

Lo dicho, que un servidor se fue al hotel a relajarse un ratito esperando que Nacho (porque Pelayo básicamente nos dejó tirados… ;-P) saliera de trabajar. Tras sufrir uno de esos míticos atascos madrileños me presente en Manuel Becerra para que me llevara a una cervecería que recomendaré toda la vida. No solo tienen una variedad altamente interesante de cervezas, sino que además te la sirven en la copa que toca. Cervecería Thomas, calle Rufino Blanco número 8.

A partir de ahí empezó la operación “emboscada de Nacho” que consistió en presentarme a Victor, Jorge y a Jorge alias “Fernando” (no tengo ni la más remota idea del motivo, pero le llaman así cuando coinciden los dos Jorges) y soltar que era catalán, culé y abandonarme en la mesa. Según él, porque así ya se pasa todo de golpe. La segunda fase del plan fue pasarse toda la noche pidiéndome otra cerveza cada vez que veía que la mía se había vaciado (El problema es que las copas del tipo de cerveza que yo pedía vienen todas con un agujero de serie en la base de la misma. Yo no tuve nada que ver, lo prometo.). Pero claro, el muy malnacido se pedía una cervecita belga de baja graduación mientras que un servidor, por aquello de no mezclar y seguir con lo de la primera copa, iba a base de cerveza Judas.

Iniciadas las dos fases del plan empezó el baile de caras y nombres. De todos es conocida mi incapacidad para memorizar nombres, pero yo no sé si fue lo que le echaron al codillo que nos dieron de tapa (porque sí, lo de la foto es la tapa que acompañaba a una de las rondas de cerveza. Que mucho nos queda que aprender de vascos y madrileños en el tema regalar tapas. Aquí da gracias si te dan unos quicos con pipas.) que conseguí memorizar los nombres de casi todo el mundo. Incluidos los dos nombres del Jorge al que no sé el motivo le llaman Fernando. Creo que me lo explicaron, pero eso sí que no lo recuerdo.

Lo mejor fue la llegada de Ángel, al que Nacho no había avisado y que al verme le dijo un “mira quién está aquí” y Ángel me dijo un lacónico: “hola”. Para volver a los dos minutos con un “¡joder tío, que no te había reconocido en por desubicarte y por no verte en camiseta naranja!!!”. Cosas de las AJ, que te encasillan.

Noche de risas, cervezas, tapas increíblemente buenas y grandes, inevitables discusiones sobre modelos lingüísticos y de fútbol (todo tremendamente educado y desde el respeto, el que diga que en Madrid solo se sabe insultar o discrepar por sistema con todo lo referente a Cataluña o bien no ha estado en Madrid o miente como un bellaco), más risas, anécdotas y básicamente una buena velada en una magnífica cervecería. (Para demostrar lo de los nombres diré que recuerdo a Rafael, a Paolo, a la dos Olivias y a Marta)

Magnífica velada que como suele decirse, y para joder, intentaron acabar el en peor momento: a la 1:34 de la madrugada. ¿Porqué recuerdo exactamente la hora? Pues porque el metro cierra sus puertas en Madrid a la 1:30, así que dije que si me tenía que pillar un taxi que de allí no se movía nadie. Y hay que ver que duro fue convencerles… Más risas, más anécdotas, se acabó la Judas de la cervecería y tuve que pasarme a la Satán, sesión de masaje improvisada (que poco cuesta ofrecerse voluntario para según qué… ;-P), chupitos de un licor muy dulce y fresco que entraba muy fino, muy fino, muy fino… y que hubiera causado muchos estragos si no me hubiera armado de fuerza de voluntad y hubiera mandado la botella a la otra punta de la mesa. Por Dios, si nunca os dejáis caer por Madrid: de verdad, visitad esa cervecería. (pero no os acerquéis a la gente de las mesas del fondo… muy mala gente).

Y de esas ya dejamos que cerraran el bar. Los últimos supervivientes estaban en la plaza decidiendo que hacer y pareció que aquello se iba a acabar allí cuando la Olivia superviviente desapareció. Un segundo estaba allí… y al siguiente ya estaba montada en un taxi camino de su casa. No recuerdo ni si llegué a despedirme de lo rápido que fue todo. Un servidor tomo entonces el grito de guerra de: “Bueno, pero vamos a alguna parte para la última.” Con efectos dispares. Marta jugueteó con la idea de acompañarnos una rato para terminar declinando la oferta, momento en el que como buenos caballeros (cada cual habla por sí, lo digo porque no sé si lo de caballeros ofenderá a Nacho o a Jorge ;-P) la dejamos en el portal de su casa. Cosa que sus padres y vecinos no debieron agradecer mucho, porque ahí me sumo al comentario de Marta: vocingleros que sois los dos, carajo.

Y de allí al bar de la última. Tarde. Cómo la décima, que no llega nunca. El bar, llamado algo así como “No se lo digas a Mamá” resultó estar prácticamente vacío, con deciros que nos quedamos solos Jorge, Nacho, el DJ, las dos camareras y un servidor… Triste final para una noche divertida. Desde aquí agradezco a todos por tratarme como me trataron (Nacho, lo de no dejarme pagar la cuenta de las cervezas queda apuntado… te vas a enterar cuando vengas para las AJ que ese fin de semana te saco yo de cañas…), por cómo me acogieron y por encima de todo por lo mucho que me divertí, que buena falta me hacía.

Un abrazo. Y sinceramente: hasta la próxima.

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